YA NO HACEN EL PAN IGUAL QUE ANTES.

 

lunes, 21 de noviembre de 2011



Hoy me levanté dispuesta a pasar un sábado de lo más relajada, con la única preocupación de recordar si tenía suficiente pan para el desayuno, o si debía enfundarme el chándal y salir corriendo a la panadería, antes de que todos se despertaran. Rara vez es la que no termino tomando el café en el cuarto de baño mientras intento quitarme la cara de << ¿Qué queréis?, ¡es lo que hay!>>.Tenía pan, y deseaba  poder disfrutar de uno de los momentos que más me gustan del fin de semana: desayunar sin prisas, en pijama, sin agobios de ningún tipo.
Poco tiempo después de estar sentada en la cocina, con el café recién hecho entre mis manos, mi tostada de pan integral, abstraída en el placentero lapso de la “tranquilidad”, percibí que mi hija,  pegada a mi lado, me observaba de una manera poco habitual. Yo no quería ni mirar con el rabillo del ojo, sabía que en cuanto lo hiciese, algo rompería ese instante de paz. Pero claro,… me pudo la curiosidad.
- ¿Qué? - le pregunté con la taza a medio camino de mi boca.
-Nada - me contestó sin dejar de mirarme.
Yo, con los labios apretados y esperando un no se qué, (que sería el motivo de que se me enfriara la tostada, como siempre), volví a insistir una vez más:
-A ver, suéltalo ya…
Mi hija sin pensárselo dos veces, decidida, aunque con cierto incomodo, me arrojó la pregunta que le rondaba por su cabeza, de la manera que solo los pre-adolescentes de 11 años  suelen hacer, sin previo aviso y de sopetón:
-Mamá, ¿cómo se sabe si estás enamorada?... ¡pero enamorada de verdad!
Me quedé con el café a medio camino, la miré fijamente y comprendí que no debía tomarme esa pregunta a la ligera.
-Pues verás, hay algo de química - su ceja se levantó como si me dijera, ¿para qué le habré preguntado? -, pero sobre todo hay síntomas que son del todo inconfundibles.
La ceja plegó a su sitio de origen y como esperaba, me volvió a preguntar:
-¿Qué síntomas?
-Cariño, cuando se está enamorada, todo tu ser deja de estar dormido para despertar ante cosas que no apreciabas antes con la misma intensidad. Notas que todo te llega de manera más intensa, para lo bueno y para lo malo. Por ejemplo, si algo te gusta de verdad, deseas poder compartirlo con esa persona, si estás mal, deseas que te arrope y se convierte en el único pensamiento, cuando te levantas, piensas en él y al acostarte el último pensamiento es también para esa persona. El enamoramiento es una revolución y si notas que eres correspondida, flotas en una nube y se te queda una carita de tonta, que hace que los que te rodeen se empalaguen, pero cuando no lo eres, cuando no te sientes correspondida, entonces, cariño,… duele.
-¿Qué duele? 
-Pues duele todo … y mucho, sientes como un dolorcillo en el pecho cuando piensas en él,  y lloras, aunque no quieras hacerlo, lloras y es la única manera de sentir algo de sosiego,…  te sientes triste y nada consigue sacarte de esa sensación de injusticia cósmica - sonreí al decir lo de cósmica. Ella me miró y parecía decirme que lo de la “injusticia cósmica era una tontería”-. Vale, no es cósmica,… es de lo más humana, pero te aseguro que, cuando no puedes estar con la persona a la que amas, cuando sientes que esta persona tan especial no siente lo mismo que tú por ella, es como si ese dolor tuyo no fuese de este mundo y sólo tú lo sufres... 
No quería apartar la atención de mi hija, ni darle un sorbo al café que ya ni humeaba, para que ella no pensara que estaba intentando escabullirme de una conversación madre hija, nada habitual, todo hay que decirlo. Me limité a mirarla, y a estudiar su rostro, quería que fuese ella la que me dijese que estaba enamorada, o al menos que me explicara el por qué de su pregunta,… pero nada, ni un mísero gesto. Al final me decidí a romper yo el hielo… 
-¿Estás enamorada? 
Hubo un estallido de silencio, mi hija, como si se despertara de un sobresalto, manoteó al aire,  se puso de pie y ya saliendo casi de la cocina, se giró un instante y me dijo, tranquilamente:
- ¿Yo?... ni de coña.
Me dejó sola, allí, con mi café frío, mi tostada “tiesa” y una sensación extraña, muy extraña.
Me quedaron muchas cosas por contarle, cosas que no podía, o tal vez no sabía cómo describirle a una niña. Me faltó decirle que cuando amas a alguien y te roza, todo tu cuerpo reacciona como si fueras un calcetín y te dieran la vuelta, no pude hablarle de la necesidad de sentir los besos, y de que no hay nada en este mundo que pueda evitar el deseo y la necesidad de unir tu cuerpo al del otro ser amado, sin que en ello exista un atisbo de monstruosidad o indecencia, y que cuando ambos se entregan, se dejan llevar por la pasión, sintiéndote correspondida en todo momento…  Me faltó explicarle por qué el amor puede mover montañas, que éste da la vida o te la quita, que del amor no se habla, se demuestra,…  que las promesas son hojas que se las lleva el viento con el tiempo, que jamás las frustraciones o los desamores de otros deben impedir  disfrutar de tu amor como si  fuera el único, que cada nuevo amor  es incomparable y no debe arrastrar restos de otros aún no apagados…
Sentí una congoja atrapar mis pensamientos, una leve angustia.
Me tomé el café frío de un solo trago  y después miré al plato donde estaba la tostada,…  decidí dejarla allí sin tocar, por “tiesa”,…  me dije que ya no hacían el pan como el de antes... no, definitivamente no lo hacían igual…

Ángeles Terán
     Reidi.

Plato de Ángeles Terán




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